Bitácoras del Ciego

Cusco: Un sueño hecho viaje (primera parte)

Desde que empecé en el mundo de las motos, el viajar a Cusco (Perú) siempre fue una probabilidad, hoy después de haberlo realizado, considero que para todo aquel que viaja en moto, más que probable tiene que ser OBLIGATORIO.

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El viaje se armó como tiene que armarse, comiendo. Así que hicimos unos choripanes en casa, vinieron Sergio (en adelante El Fiscal), Coty y Analia, y el Colo. Acá los recibimos con Faby, y con los chicos (Lucca, Sol, Luciano y Joaco), porque si los padres van a emprender una aventura, soy de la idea que los chicos tienen que estar presentes desde el minuto 0. En lo personal, creo que la mejor herencia que puedo dejarles son las ansias de viajes y mostrarles que afuera hay un mundo enorme que los espera con los brazos abiertos.

Entonces después de comer, se cerraron los detalles. ¿Vamos por Chile?, Dale… ¿Cuando nos vamos? El 18… ¿Tienen la moto lista? Sí, cambio gomas y está… ¿Reservamos algún hotel en algún lado? Nah, está lleno de hoteles… ¡¡Listo!!

Días antes al Colo se le complicó un tema con la horquilla de la moto así que no fue de la partida. Con el fiscal y Coty combinamos juntarnos a las 8 de la mañana en Jujuy, así que con la Fabi, a las 7 de la mañana del 18 salimos de Salta con destino a Cusco. Era todo un desafío porque estábamos acostumbrados a viajar los tres solos (Fabiana, Macacha y yo), esta vez la aventura era en manada.

Después de un café en una estación de servicio de S. Salvador de Jujuy, y con el tanque lleno, salimos a hacer la primera etapa, que culminaría en Calama (Chile). El cruce de la Cordillera por el Paso de Jama era uno de mis lugares preferidos para viajar en moto, una cuesta inundada de curvas (Lipan), unos paisajes soñados como la quebrada del mal paso o salinas grandes. Llegás a Jama con casi 4000 mts., seguro encontrás nieve…

Hasta este viaje pensaba, que afortunados somos los Argentinos de tener tremendos paisajes. La Naturaleza se encargó kilómetros más adelante de meterme un chirlo con la mano abierta en el centro del Ego Argento al mostrarme los paisajes y rutas peruanas.

El cruce fue perfecto, la cordillera siempre te brinda paisajes distintos, podés hacerla mil veces y mil veces te vas a sorprender; el cielo limpio, impecable, y mucha nieve al costado de la ruta, por ello el frío era tremendo. Como con el Coty viajamos en moto, el una Yamaha Fazer 1000, y yo en Macacha (Rocket 3), sufrimos el frio; el Fiscal en cambio viajó en un Cadillac símil moto, dotada de calienta puños, calienta asiento, radio FM, control eléctrico de parabrisas, cono del silencio, etc.; ni se entero que afuera estaba helando.

Cabe hacer la salvedad que este viaje, como casi todos, se hizo a la vieja usanza; sin GPS, sin rutas marcadas, como dije antes, sin reserva de hoteles, o sea A LA OLLA, y a pesar de la muy buena suerte en todo el viaje, en más de una oportunidad nos dimos cuenta que no teníamos ni idea de por donde íbamos.

Párrafo aparte merece el tema «musicalización» del viaje; con la Fabi tenemos gustos musicales similares, y en nuestros teléfonos tenemos mucha música parecida pero cada uno lleva temas en el propio que nos gustan más que al otro, nos turnamos un rato cada uno para trasmitirla vía bluetooth a los cascos. Lo cierto es que el éxito que tuvo la serie de Netflix del Rey del Sol reavivo gustos adolescentes en mi mujer, y cruzamos la cordillera con «Culpable o no (Miénteme como siempre), «La incondicional», «Cuando calienta el Sol»…etc. Pensaba, mientras me irritaba los oídos ahí arriba, «pensar que los que pasan en auto ven a un motoquero todo encuerado, en medio de la nada, y dicen ta loco que duros estos tipos… si supieran lo que veníamos escuchando… ¡por Dios!»

Al llegar a Calama nos dimos cuenta que no era tan sencilla la «Vieja Escuela», tardamos como una hora en llegar a un Hotel, que había ido el Coty en un viaje anterior. Encima desencontrados, con el Fiscal por un lado y el Coty por el otro… Una hora para encontrarnos de vuelta, en Calama que es cuadrada y mas o menos chica. Menos mal que no estábamos en Nueva Delhi, sino no lo veíamos más…

Se comió bien, se durmió igual y encaramos la segunda jornada con destino a Arica, última ciudad de Chile al Norte, limite con Perú.

Había dos alternativas para ir, o por el desierto desde María Elena por Ruta 5 que es más corto en kilómetros o por Tocopilla y bordear el mar. Con la Fabi ya habíamos hecho ese trayecto hasta Iquique, penúltima ciudad al norte, varias veces, una en La Gaucha, y otra en Macacha, muy lindo pero un par de kilómetros más. La elección se disipo a la antigua…»Maestro, ¿hay estación de servicios en el desierto?, No, hay 350 km a la próxima». Ni bidoneando (salvo el Cadillac, obvio), así que fue por el mar nomás.

Llegamos a Iquique, comimos, y encaramos lo desconocido para todos, nadie había llegado más al norte que Iquique. Así que ahí fuimos, tan habidos de sorpresas que todo fue atractivo. Hasta Arica hay 315 km, los que supusimos aburridos y eternos, ya que es todo desierto, pero la naturaleza empezó a las cacheteadas desde temprano. Las quebradas en el desierto con un hilo de agua, la tornan tan fértil y verde que el contraste es alucinante; subidas, bajadas, puentes, hacen que los km pasen sin darte cuenta…

Al llegar a Arica, con la Fabi fuimos a buscar el papelito para cruzar la frontera (uno de los dos datos con los que salimos a hacer el viaje que me dio mi amigo Brian que había viajado un año atrás) era que Perú te pide un papel especial para poder entrar, y ese papel no te lo entregan en la frontera sino que tenes que comprarlo en Arica. Se llama RELACION DE PASAJERO, es preferible cargarlo porque si en la aduana no encontrás te tenés que volver 35 km a comprarlo. ¡Todo un flete!

Cuando volvimos a las motos, Analia, Coty y Sergio charlaban con un hombre muy amable que había estacionado su auto en doble fila, nos contó que era motoquero y se ofreció a guiarnos a un hotel. Ya en el hotel, con las motos guardadas descansando, fuimos a comer y armamos lo que sería entrar a Perú. Después nos dimos cuenta que a Perú no se lo planea, ¡se lo vive!

El primer trayecto eran 460 km. Arica (Chile) – Puno (Perú). Dijimos: “460 sacando fotos, tomando un mate en el medio. Con furia en 6 horas estamos”. ¡Juaaaa! La naturaleza y sus cachetadas nos ubicaron en todo el trayecto!

Hicimos aduana, presentamos el papelito, y cruzamos, ya estábamos en Perú. De ahí al kilometro paramos a comprar el seguro para transitar por el país y encaramos para Tacna, ahí teníamos que cambiar plata. Son casi 50 km, donde con mucha sorpresa vimos que los peruanos le están ganando al desierto de Atacama, plantan olivos por goteo. En unos años van a cambiar el ecosistema del desierto, realmente es increíble ver el empuje productivo de los peruanos.

En Tacna me di cuenta de muchas cosas, primero que Macacha es una moto GRANDE (la moto justa para Perú tendría que ser con un cuadro de Aurorita rodado 14 y motor de bordeadora). Y que transitar las ciudades de Perú y llevarnos en su tráfico iba a ser la verdadera aventura: ES CAOTICO. Millones de autos, combis, colectivos poseídos tocando bocina sin respeto alguno a alguna norma de circulación, un verdadero escándalo; hasta eso el Fiscal iba al frente por la avenida principal y veíamos que pasaba las casa de cambio a la derecha y no paraba en ninguna, inútil era tocarle bocina, era tal la sinfonía de bocinazos que una más ni cosquillas. Logramos parar y estacionar las motos en la platabanda, le reclamamos que no paró y nos dice que no se dió cuenta de los locales, capaz esperaría una sucursal del «Deutsche Bank» todo vidriado, no sé. Las casas de cambio te venden aceite, semillas, crema para la irritación, shampoo, y te cambian plata!

Salimos ilesos de Tacna, rumbo a Puno, y ahí empezó el verdadero «Show del Cachetazo Natural», 400 kilómetros de curvas y paisajes pintados, bellos, cada curva una paisaje distinto y hermoso, atravesamos la ruta del Pisco, subimos cuestas que llegan a los 4900 metros s/nivel del mar.

Acá, con el tema de la altura corresponde hacer un paréntesis. El Coty en cada parada, con una abstinencia enorme de tecnología, sacaba su celular para averiguar datos como, la altura en la que estábamos, nombre del pueblito siguiente y anterior, tipo de cambio del Sol Peruano con el Yen, etc. Mientras tanto el Fiscal que venía escuchando en su cadillac las FM locales, tiraba pasos con los Hits locales de la Tigresa del Oriente, o el Hitazo «Cerveza, Cerveza» del Álbum: «Papito porque me dejaste» de Wendy Sulca (si quieren sufrir recomiendo lo googleen). Y todo estaba perfecto, hasta que el Coty decía, «estamos a 4850 mts», en ese instante le agarraba la Puna (o Soroche en Peruano), mal de la altura, al Fiscal, circunstancia que lo dejaba sin aire y le agarraba la desesperación por seguir, una suerte de «Puna Psicológica motivada por la tecnología».

Después de esa cuesta con la Fabi nos quedamos atrás, veníamos embrujados, como nuestros viajes anteriores, extasiados de paisajes; yo disfrutándolos, ella despuntando su vicio por la fotografía. Con respecto a los paisajes de ese trayecto y sin ánimo de ser exagerado, tuve la suerte de hacer años atrás, en moto, la campiña francesa y los alpes suizos, no voy a decir que en comparación de estos, aquellos eran Loreto en Santiago o Recreo en Catamarca, pero que son mas hermosos, lo son.

En uno de los puentes en curva, uno de los millones que cruzas, vemos un geyser, por lo que paro para que la Fabi le saque fotos. No había banquina y la curva tenía el peralte al revés por lo que me quede a sostener la moto. Cuando voy a salir, la falta de la pared lateral de la goma de auto que usa Macacha hizo que no muerda la diferencia entre la cuasi banquina y la ruta (pista en Perú), por lo que como una vaca obstinada se recostó sobre mi pierna y la defensa delantera de la moto. No puedo explicar lo que fue levantar sus casi 500 kg, a 5000 mts de altura, sin aire, la Fabi de atrás y yo de adelante.

Después de levantarla y con el corazón que se nos salía por la boca, llegamos a un pueblito del cual no me acuerdo el nombre, como tantos que cruzamos, a 50 km de Puno. Nos estaban esperando El Fiscal, Coty y la Analia, ya era casi de noche y hacía casi 11 horas que estábamos andando, después de contarles el evento seguimos camino, llegamos a Puno de noche, y descubrimos el «Mototaxi» una suerte de Minion drogado hiperactivo. Hay millones y se mezclan con el resto de la fauna automotriz peruana, lo que torna más caótico, lo que parece mucho decir, el tránsito peruano.

Entramos por la calle del Mercado, así que entre los Minions, las combis, los autos, los pozos, la gente que cruza con bolsas y cajones de productos varios, aturdidos de bocinazos, llegamos a la Plaza de Armas, ilesos de milagro, a buscar un hotel. Por una acción providencial, conseguimos un hotel detrás de la catedral de Puno, con cochera techada, y ahí decidimos quedarnos dos noches.

Puno es una ciudad hermosa, muy pintoresca, a orillas del lago Titicaca, llena de rincones mágicos, subidas y bajadas, miles de turistas del mundo entero. Salimos a dar una vuelta a ver qué comer y descubrimos una de las maravillas peruanas. La Cusqueña, una cerveza tremenda en cualquiera de sus tipos, Negra, Rubia, Trigo, como venga es perfecta.

A la mañana siguiente nos fuimos al Titicaca (Puma Gris en Aimara), y nos embarcamos a conocer las islas flotantes de los Uros, el barco navega en canales hechos entre los totorales hasta que llegas a una suerte de pueblo flotante, de muchas islas hechas en raíces de Totora, donde viven 5 o 6 familias por isla. Muy pintoresco e interesante (un rato), llegamos hasta la Isla Capital, tomamos una Cusqueña trigo, y volvimos al puerto.

En el puerto decidimos almorzar en uno de los tantos barcitos que hay. Todos truchas fritas con papas de todo tipo y choclos con granos de 300 gr. cada uno, increíbles; menos el Fiscal que luchando contra su «celiaquía» pidió chicharrón de Pollo (pollo frito con guarniciones todas fritas) una bomba. ¡Mamita, ese estómago!

Al otro día temprano salimos a hacer los 450 km que separaba Puno de Cusco, también, lo hacemos en 6 horas… Jajaja, que ilusos. En ese trayecto descubrimos que los peruanos tienen dos problemas: el primero con las distancias, las miden en horas no en kilómetros (Ej. «¿Sra. cuánto falta para Sicuani? Está a una Hora. ¿Si pero a qué velocidad?); y después con los parámetros de seguridad vial, hicieron unos «Rompemuelles» (lomos de burro) que llegan hasta la rodilla más o menos, y lo ponen en todos lados, incluido en medio de una recta en medio de la nada. Un peligro y limamos las motos de abajo, ¡panzasos a cada rato!

Otro de los datos que llevamos era evitar meternos en una ciudad llamada Juliaca, que teníamos que evitarla si o si por la circunvalación porque por dentro era un infierno. No me quiero imaginar lo que es adentro, la Circunvalación es una locura, un desastre, detonada, llena de pozos, rompemuelles, minions, gente, ningún cartel de nada, calles que parecen lechos de río que decis, «nah, imposible que sea por acá, bueno, sí, es por ahí». De hecho primero circulás por circunvalación sur, y de golpe se convierte en norte, pero en el medio existe una obra de un supuesto puente, y a la derecha sale un lecho de río seco, con pozos y piedras, ese es el camino hacia Cusco. Antes de meterme le pedí perdón a Macacha por lo que iba a hacer y nos mandamos, después de cruzar un paso nivel que, si tendría un milímetro más, colgamos las motos del cárter, agarramos en la ruta hacia lo que sería nuestro destino final, Cusco.

El trayecto Juliaca ­- Cusco un sueño, atravesás montañas nevadas, la ruta va a la par de un río y cerros forestados de pino, curvas perfumadas con los pinos, llegas a 3800 mts. en el cruce La Junta que divide el Departamento Puno del Departamento Cusco, un marco hermoso durante todo el trayecto y una ruta bellísima, salvo los rompemuelles.

Entramos a Cusco a la tardecita, maravillados por una ciudad hermosa, y encaramos al centro histórico con calles de piedra transitadas durante 500 años, un jabón de resbalosas. Nos mantuvimos verticales de pura casualidad, el tránsito símil al resto de Perú, más autos más bocinas, de hecho le ponen un botón en el tablero para no gastar el centro del volante, ensordecedoras calles las de Cusco. Con idéntica suerte a la de todo el viaje, conseguimos un hotel con cochera techada a 5 cuadras de la plaza de armas, bajamos las cosas y salimos a recorrer la ciudad.

A la vuelta del hotel, en una agencia de viajes cerramos todo el trayecto a Machu Picchu, con Wilmer, un peruano muy amable, pasado de amable, que le pidió el WP a Coty, que no soltaba el teléfono (por el temita de la abstinencia que hablamos supra), y creo que hasta ahora lo sigue chateando.

Al otro día nos busco Willy, amigo de Wilmer a las 4 de la mañana y nos llevó en su carro hasta Ollantaytambo, ciudad de donde parte el tren a Aguas Calientes, de donde se sube al pie de Machu Picchu. Los pueblos, el camino, y el trayecto en el tren son realmente un sueño, y con respecto al Machu Picchu no voy a comentar nada para que cada uno lo descubra por sí mismo, sólo voy a decir que es uno de los lugares más hermosos e impactantes que vi en mi vida, y la verdad merece la pena visitar al menos una vez en la vida.

Volvimos a Cusco en una combi escuchando «una cervecita para olvidar, dos cervecitas para disfrutar» del disco de Oro de Wendy Sulca, a las 2 de la mañana, o sea faltaban 2 horas para cumplir las 24 despiertos, con las piernas temblando, rotos del cansancio y el frío, pero inundados de belleza.

A la mañana después de desayunar fuimos con Coty y Analia a recorrer Cusco, el fiscal descansó un rato más. Cusco es una ciudad hermosa, llena de historia, con una arquitectura increíble, balcones labrados y un mercado que más que lugar para comprar es un atractivo turístico para recorrer, tomamos jugos recién exprimidos por unas jugueras que están una al lado de la otra peleándose para que le compres a ellas; pero con un cartel que dice y describe el espíritu de la gente de Perú «la que está al lado no es mi competencia, es mi compañera».

Con la Fabi, nos comimos un Choclo con queso, de granos de 400 gr cada uno, y volvimos al hotel a descansar un rato, no sin antes comprarnos de postre un chocolate Sublime, que hace honor a su nombre, es más se queda corto. Por la noche, salimos a recorrer el casco histórico y a buscar el famoso bar de motoqueros que nos recomendara Boy, cerca de la catedral. El bar se llama Norton Pub, y es el bar de un gringo motoquero todo ambientado, donde llegan todos los que viajan a Cusco en moto, tiene un libro con tapas de cuero donde escribís tu viaje, dejas saludos, fotos, calcos de tu travesía etc. Las hamburguesas y la Cusqueña, insuperables.

Al otro día, después de desayunar arrancamos la vuelta, la idea era hacer noche en Arequipa, a 500 km de Cusco; de hecho comenté, a las 5 de la tarde vamos a estar sentados en la plaza de Arequipa tomando una Cusqueña Negra. ¡Juaa!

Pero la vuelta será para la próxima entrega. Espero les haya gustado. ¡Nos vemos la próxima semana!

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