Carlos Enrique Tobón nació en Antioquia, pero la vida como misionero lo llevó a instalarse en la capital de Colombia, Bogotá, en 1997. Desde siempre suele pasearse por la ciudad en su motocicleta, así es como conoció a todos los adultos mayores que hoy viven en su fundación.
Este motociclista tiene una gran vocación solidaria, y su profundo pesar por la vida que llevan los ancianos lo hizo comenzar su aventura. En los barrios más pobres de la capital colombiana, Carlos vio “cómo sufrían muchas poblaciones, pero, en especial, los abuelos”.
Al darse cuenta que estaban prácticamente en el olvido y viviendo en las calles, decidió poner manos a la obra. “Ahí surgió la idea de montar una fundación”, según cuenta, refiriéndose a la Fundación Social Abran a Jesucristo, que ya tiene tres años de existencia.
La misma es una residencia para ancianos, que funciona en barrio Lourdes de Bogotá. Donde Carlos arregló cada detalle con sus propios ahorros, desde realizar un segundo piso, hasta cambiar todas las tejas del techo, y colocar rampas para facilitar el movimiento de las personas mayores.
“Yo me la paso para arriba y para abajo en mi moto y ahí es cuando más abuelos veo en la calle. Le puedo decir que de 100 que hay, solo 4 o 5 quieren estar institucionalizados”, cuenta apenado este motociclista. Para luego explicar que la razón de no hacer es la limosna, ya que pueden llegar a juntar unos 72.000 pesos colombianos por día (más de 800 pesos argentinos). Sin embargo, algunas veces les permiten a los ancianos salir, pero al mismo les pueden restringir las salidas para que no corran riesgos, si los ven desmejorados de salud. Aunque las puertas del hogar están abiertas de 8 a 22 horas, para que quienes estén bien, tengan libertad de entrar y salir como gusten.
Por supuesto que en varias ocasiones los adultos mayores temen cuando Carlos les habla en la calle. Por ejemplo, recuerda el caso de un hombre “Me di cuenta de que era ciego, le pregunté a dónde iba. Me respondió que qué me importaba, que si lo iba a robar, que a él solo lo paraban para robarlo”. Ese mismo abuelo, hoy vive en la fundación, “es un señor muy agradecido, ha mejorado muchísimo. Se logró una dilatación de sus pupilas y ya ve unas sombritas. Le estamos tramitando una operación”.
En la casa actualmente están viviendo 21 ancianos, y entre todos funcionan como una gran familia, incluso los abuelos que están en buenas condiciones físicas ayudan en los quehaceres. Pero Carlos es quien saca de su bolsillo para mantenerlos, costeando todo lo que puede. Este motociclista ejemplar cuenta “alimentar a 21 personas cada día con los cinco golpes diarios no es fácil, y pagar los recibos de los servicios que consumen, mucho menos. Esto es amor”. Mientras que una de las mujeres del hogar lo mira con cariño y dice “Ese es así, le gusta ayudar, aunque no tenga”.