Aceptamos que nos atrasamos un poco con esta noticia que podría haber sido un “Especial por el Día del Padre”. Pero gracias a esta historia podemos demostrar como nuestros padres son muchas veces quienes nos contagian esa pasión por las dos ruedas. Los dejamos con este relato de motos y amor paternal, escrito por su protagonista, Gustavo Menéndez:
“Quisiera contarles una de mis historias con la moto, no con una especial, si no con la moto en sí y la pasión por los fierros. La historia que les voy a relatar no sé si será de las mejores que me pasó pero si definitivamente la que más marcó en mi vida.
Desde muy chico mi viejo me llevaba a andar en la Vespa que era de mi abuelo, y por alguna razón esa moto no estuvo más entre nosotros. Creo que ahí fue cuando en algún lugar se despertó mi pasión, él me contaba siempre de sus andanzas de joven con las Zanella o Gilera de los años 70. En resumen a los 7 años llega a mi casa una Zanella V1 de arranque a pedales, (para mí era como un R1 actual) fue ahí que empecé a andar en moto. Pasó el tiempo y siempre tuve la chispa de correr en moto, siendo que mi viejo me contaba que alguna vez el corrió y me decía lo lindo que era.
Eduardo Menéndez, el padre de Gustavo.
Tuve varias motos de calle hasta que un día, por inseguridad y ante la preocupación de mi vieja, decidí venderlas para darle tranquilidad. Pero llegado el 2002 y con un grupo que corría en 200 Nacional de Pista, decidí armar mi primera moto de carrera. Costó pero a la vieja la convencí de que las pistas eran más seguras. Mi viejo obviamente comenzó a acompañarme, podía ver que en su rostro ese niño que alguna vez corrió estaba vivo y sonriente. Entonces decidí proponerle si quería que armáramos una moto juntos para que el corriera, aceptó sin dudar. Fue ahí donde compartimos tarde y fines de semana modificando y preparando la moto.
Llego el día de ponerla en pista y fue uno de los mejores momentos que me quedaron guardados. Su sonrisa en el dentro del casco, su intensa emoción y, a pesar de que en ese entonces ya era veterano, vi que volvió a ser joven. La moto ese día tuvo una falla que no podíamos encontrar y no andaba, pero no importó; fue la primera carrera de muchas que compartimos juntos. También estaban los entrenamientos que íbamos girar y a divertirnos, donde posteriormente comíamos un asado entre amigos.
Recuerdo que en uno de los entrenamientos, con un amigo de la familia al viejo lo volvimos un poco loco. Él iba a disfrutar del andar, nosotros ya teníamos tiempos de vuelta más rápidos, entonces cada vez que lo cruzábamos en la pista alguna maldad le hacíamos, sanguchito en la recta, tocarle la cola, etc. Fue una jornada muy divertida y que hoy con mi amigo la seguimos recordando”.
Gustavo con su amigo, listos para salir a pista.