Hace siete años, Isabel Veliz se mudó desde Monteros hasta San Miguel de Tucumán, para acompañar a sus hijos que comenzaron a estudiar en la universidad de la capital norteña. Con 49 años comenzó su nueva vida en la ciudad, no tenía amigos, ni conocía a nadie. Un día, en la plaza vio un grupo de motociclistas reunidos, “me arrimé y les pregunté, los conocí y ellos me invitaron a tomar mates”. Pronto comenzaron a invitarla a salir los fines de semana, pero como ella no tenía moto, viajaba con su nueva amiga, María Elena, “ella pasaba y me buscaba, así fue que los fui conociendo y me fue gustando”.
Pero la madre de María Elena enfermó y ya no podía llevarla a todos los encuentros. “Yo comencé a extrañar las salidas de los fin de semana, porque tampoco estaba muy acostumbrada a vivir en un departamento, yo venía de vivir en una casa y también en la montaña, en Tafí del Valle; o sea, más acostumbrada al aire libre que a un departamento”. En ese momento compró su primera moto, una Guerrero GMX 150 y volvió salir con distintos grupos de motos, entonces se dio cuenta que ya no estaba sola en San Miguel de Tucumán, “ya tenía, no un amigo, si no muchos amigos”.
Cuando Isabel comenzó a andar en moto recibió mucho apoyo de su grupo, que la inició en el mundo de las dos ruedas: “Yo no tenía ni idea. Soy profe de Educación Física; vivía para mi trabajo, para criar a mis hijos, para mi casa, pero los hijos van creciendo, están en la facultad…” Sus amigos: “me llevaron, me enseñaron y me cuidaron. Tal es así que ya sé cómo cambiar el aceite a la moto, por dónde lo que hay que ajustar, qué es lo que tenés que tener en cuenta para armar un equipaje, cuántos kilómetros vas a andar, cuando le tenés que hacer un cambio de aceite, cuánto lleva tu moto de aire en la rueda trasera y la delantera, si vas andar por ripio cómo tienen que estar las gomas… Creo que hasta aquí voy aprendiendo bien todo lo que mis amigos me enseñan”. Además, se juntó con “viejos” moteros en los encuentros: “Son una enciclopedia de rutas, un Atlas. Ellos te van a decir ‘esta ruta está bien’, ‘esta ruta te queda más corta’, ‘Mira hija si vas a hacer esta ruta de San Luis a San Rafael, llevate bidones de nafta’”.
Primero se animó a viajar hasta Termas, donde fue a un encuentro y conoció motociclistas de otras provincias; en ese encuentro trabó amistad con un grupo de La Rioja y tiempo después viajó a visitarlos: “Fue mi primer viaje largo, ahí me esperaban los chicos, me llevaron a conocer la Ruta de la Costa, que es muy bonita”.
En un grupo de WhatsApp se hizo amiga de una chica de Mendoza: “le dije ‘andru voy a ir a conocerte y a tomar unos vinos con vos’, ella me dijo ‘sí, bueno te espero’ y nunca pensó que yo iba a ir a Mendoza… conocí a mi amiga y a otras chicas de su grupo que también andaban en moto, se llamaban Legión”.
“En mi GMX me fui a Chile, con una moto 150 me fui y crucé la cordillera, crucé Los Caracoles… Yo pensaba que no iba a poder subirlos, pero lo subí. Volví a mi casa feliz, porque conocí una motoposada para los viajeros en La Calera, Chile, que me recomendaron los chicos de Mendoza, que ya eran mis amigos, así que me hospede ahí; conocí un matrimonio hermoso que me dio el hospedaje me llevaron a pasear por toda la costa chilena, Viña, Reñaca, y toda esa parte”, nos cuenta Isabel.
Desde ahí “cada vez me fui más lejos, más lejos, y más lejos. Me compré otra moto, ahora tengo una Avenger 220, con la que también me fui a Chile, a visitar a una gente amiga en Chanco, Marcelo y su amigo”. Ese fue “el viaje más feliz de mi vida”, porque fue con uno de sus hijos, “él en su Rouser 200 y yo en mi Avenger 220. Llegamos al Punto 0 de la Panamericana, en la Isla de Chiloé, recorrimos todo el sur de Chile, hicimos el Volcán Osorno, Frutillar, y nos volvimos a Chanco, desde allá de nuevo hasta Tucumán. Hicimos con mi hijo 7000 km entre ida y vuelta”. Pero luego nos aclaró: “Le gusta también andar en moto, pero no como a mí. Me acompañó en ese viaje y es el único que hizo, se mueve acá en moto pero no viaja”.
Isable se animó a ir por todo tipo de rutas, gracias a los ánimos que recibió y también los conocimientos que aprendió, sin importar el modelo de moto que conduce: “Por más que sea una custom me animé a llevarla al Parque Nacional Calilegua que es todo tierra colorada algo de ripio. Hice la (ruta) 40 hasta Cachi y varias rutas que no son asfaltadas. Mi moto no es para eso, pero va despacio, y despacito se llega lejos”.
“Vos sos uno con tu moto y sabés que la tenés que cuidar porque no es lo mismo un viaje corto que un viaje largo”, reflexionó: “Hay gente que dice ‘me voy a 200 km’ y es como si fuese un súper viaje, pero no para mí es un viaje corto. Yo me voy a comer un Dorado en Loreto y hago 600 km, me voy 300 y al otro día 300 para volver, porque amo estar en la ruta con la moto, porque no me cansa andar en moto. Yo tengo un auto, puedo viajar en auto, pero no quiero, no me gusta, prefiero viajar en moto porque es mi pasión, porque amo. Me siento parte de mi entorno, no me importa que me de calor, me dirás que es una locura, pero cada loco con su tema”.
“Uno va aprendiendo a medida que hace kilómetros, a medida que va haciendo el camino, porque uno va aprendiendo de lo que experimenta, de lo que vive, de los desafíos que se le presentan, de cómo lo va sorteando. Porque no todo es bonito, hay veces que te pasan cosas y son aprendizajes es como la vida, en la vida te pasan cosas lindas y no tan lindas, pero lo importante es superarlo, crecer y aprender de eso que uno llama error, pero yo lo llamo aprendizaje”, comenta.
“Ahora estoy por hacer unos kilómetros a Santiago Del Estero a despedir a un amigo que se va a Goya y que después va a emprender un viaje a Ushuaia; lleva la bandera de los de los ex combatientes de Malvinas, va a ir firmando la bandera, también anda en moto y está por comenzar su viaje”, nos relata un rato antes de salir a la ruta, “me voy a ir con mis amigos del mundo de las motos a Santiago del Estero”.
“Siempre digo cada vez que me preguntan, el mundo de las dos ruedas cambió totalmente mi vida. Aprendí a ver la vida de otra manera, la moto me enseñó a vivir y me hizo completamente feliz, antes era feliz, porque cada etapa de mi vida la viví feliz, pero ahora soy más feliz todavía con la moto. El mundo de las motos me trajo todo: paisajes hermosos, nuevos desafíos, aprendizajes enormes y grandes amigos. Cada día disfruto más de los paisajes y de mis amigos, ellos siempre están conmigo”, finaliza Isabel.