“¿Por qué la Bati-chica tenía moto y Batman no? Fue lo que me pregunté en mi niñez mirando la serie. Será por eso que mis héroes eran de carne y hueso; hoy puedo confesar, ya casi rozando los 50, que a los 16 años, con novia y todo, me escondía en la terraza de mi casa a jugar con una motito de plástico que se parecía, más o menos, a la moto que usaban en Chip’ s. Era simple, yo quería ser Poncharello y vivir en California piloteando una Kawa 1000. Todavía sueño con eso, de hecho tengo toda la serie en DVD, esa es la quinta esencia de la felicidad y la libertad en mi imaginación.
Poco me sorprende en este mundo, excepto las motos, los aviones y alguna que otra cosa, aunque no tanto. El amor a las motos es igual al de los aviones, en ese sentido soy bígamo, en mi casa aburro (bueno, aburría, ahora me aburro solo) aunque en realidad poco me importa, ya que es sabido, tanto los pilotos como los motociclistas sabemos de qué se trata, es imposible de explicar.
¿Cómo les trasmito a los demás lo que sentí a mis 9 años cuando mi tío me llevó a pasear por primera vez en su moto, una Gilera? Solo me pueden entender los que se mojan, tienen frío, se caen e igual se levantan y vuelven a montar sus motos una y otra vez, aquellos que si se les rompe el auto dicen “qué garrón” pero si la moto no le arranca entran en pánico. Es pasión, pasión por la libertad, acaso las motos sean unas de las pocas cosas que nos regalan esa libertad en el mundo. Lo sabía El Carpo y lo sabía Charles Lindbergh cuando recorrió EEUU con su Excelsior antes de ser el padre de la aeronáutica.
Podría hacer una nota de todas las motos que anduve, chiquitas y grandes, mías y prestadas, pero debería escribir una especie de biblioteca galáctica para describir lo que viví con cada una de ellas. Hice muchas cosas en mi vida, me tuve que desprender de muchas más por las circunstancias que sean y mi vida continuó casi igual, es decir, me adapté, a lo que me fue y es imposible adaptarme es a no montar una y otra vez mi moto. Algunos piensan que estoy medio loco, otros que soy un inadaptado; no me importa, soy feliz así, sobre las dos ruedas, tan libre y tan feliz como un piloto en el cielo, y de eso puedo hablar”.
Por Javier Eduardo Urbaneja